Una tarde cualquiera, fui a visitar la casa de un amigo, uno de esos que no sabes cómo llegó a tu vida, pero sigue siéndolo. Él era uno de esos tipos que todo lo razona en función al dinero, arrogante, grosero, malhumorado, pretencioso, y dueño de uno de los niveles de ego más grande en la historia de la humanidad. Aun así, era mi amigo, e iba a visitarlo por las tardes, después de las cuatro. Después de todo, él tenía algo que yo no: Una consola de vídeo juegos, un televisor de los que tienen la pantalla gigante, aire acondicionado por toda la casa, cantidades exageradas de comida en el refrigerador, y no me refiero a la que puede llegar a estar en la alacena de cualquier casa, no, me refiero a aquella que solo ves en los supermercados.
Esa tarde, llegué sin avisar. Él no estaba ahí, se había ido. Su madre, la señora Eleonora, fue quien me abrió la puerta, y quien me recordó que él no estaba y que si no me molestaba quería estar sola, en pocas palabras me echó.
Ella era una mujer elegante, la recuerdo toda altiva, mandona, y siempre se hacía lo que ella decía. La mayor parte del tiempo estaba borracha o hablando del dinero que tenía o de las personas que le debían, así que di media vuelta y justo antes de que saliera de allí me volvió a llamar. Me dijo, que, si la podía ayudar con su celular, que el WhatsApp había dejado de funcionarle y le urgía conversar con alguien. Arrugué la cara, pero me pagaría si lograba hacerlo, y pensé: ¡qué carajo! la plata me sirve para ir a cine y conociendo lo bruta que era esa cuchibarbie probablemente no sería mayor cosa, plata fácil. “Eso sí, no mires más de la cuenta” me advirtió.
Efectivamente, el celular no tenía nada que no se pudiera solucionar inmediatamente, un par de toquecitos en la pantalla y listo. El verdadero dilema vino cuando comenzaron a llegar varias conversaciones, me llevé una gran sorpresa al enterarme de ciertas situaciones incómodas que involucraban a mi amigo, a su madre, y a su padre, o su otro padre, es un misterio por confirmar. Miré a todos lados. No podía creerlo, el señor Ignacio, no era el verdadero padre de mi amigo. También comenzaron a llegar varias fotografías, la mayoría la mostraban a ella y sus amigas en bikini, o mostrando más de la cuenta, lo cual era absolutamente normal, pues la señora Eleonora nos tenía acostumbrados a todos a verla posar todo el tiempo en sus redes sociales como la Milf de los sueños de American Pie.
La señora Eleonora, había ido por su bolso para pagarme, así que aproveché para tomar capturas de pantalla de la conversación que me interesaba, ¿qué si soy chismoso? Obvio, lo fui, pero es que lo que vi en esas conversaciones merecían toda mi atención y mi más completo análisis. Afortunadamente, la señora Eleonora me tenía en sus contactos, pues a mí es quien llamaba cuando su hijo no llegaba temprano a casa. Amigo de hijo, así me tenía guardado en su celular, cómo se puede ser tan simple en la vida. Lo que tenía en mis manos era oro puro, y tenía que aprovecharlo.
Rápidamente mandé todas las imágenes a mi teléfono, y enseguida borré todo. Casi me atrapa, estaba saliendo de la galería de imágenes cuando estaba por volver a la sala. Me tocó decirle que me entretuve con sus fotos en bikini. Me jaló el celular de la mano, me dio veinte dólares y me echó, lo cual era normal, ella me vivía echando de su casa, pero esa vez no me iba con las manos vacías.
No veía la hora de llegar a la casa para revisar todo el material que tenía en mi poder. Era realmente una bomba lo que tenía en mis manos. Primero conté las imágenes, fueron once en total, y pudieron ser más, pero el tiempo que tuve para mi misión inicial fue muy escaso, con esto tenía que bastarme para saber la verdad, o para enterarme del chisme.
Empecé mirando el nombre del contacto con el que intercambiaba los mensajes sobre el padre de mi amigo, pero estaba guardado con las letras AD, así sin más, una descarada A y una maldita D, en mayúsculas. Que mujer tan corriente para guardar contactos, ¿AD? Quién carajos sería AD.
Era quien iniciaba el reclamo y le repetía constantemente que debía contarle la verdad a mi amigo. “No sigas engañando a Ignacio, no puedes ser tan cruel”, le exigía AD a la señora Eleonora en las dos primeras imágenes, luego ella contestaba: “No me molestes, esa es una parte de mi vida que quiero eliminar. Si me sigues fastidiando voy a tomar medidas drásticas”.
¡Qué carajos! La señora Eleonora escribía como toda una mafiosa, era como la mamá de Los Sopranos. También le decía: “No te olvides de quién soy y en dónde me conociste”. ¡Brutal! La señora Eleonora no se andaba con rodeos, escribía y escribía párrafos enteros con amenazas, pero AD, no se rendía, no se achicopalaba, por el contrario, le respondía: “No te tengo miedo y haré todo lo posible con tal de que él sepa que Ignacio no es su verdadero padre”. Pero por cada intención de AD, había tres o cuatro respuestas contundentes por parte de la señora Eleonora, quien no daba su brazo a torcer.
La señora Eleonora, muy montada en su papel, le advertía a AD, que todo se trató de un amor veraniego, de un arrebato de colegiala que no tenía por qué ocasionar una tragedia en pleno 2018. “Fue hace muchos años. Ahora tengo mi hogar y mi marido, no tienes por qué venir a destruir eso”, le indicaba la señora Eleonora.
Las imágenes siguientes eran una repetición de amenazas e improperios. De hecho, pude notar que la conversación tenía varios días de estarse dando. Llegué al final de las once imágenes y me quedé con la duda: ¿Quién era AD? ¿Amor de verano? ¿Qué rayos significa eso? Y lo mejor, o, mejor dicho, el dato más importante que tenía que descubrir, ¿Quién era el verdadero padre de mi amigo? No tenía de otra, tenía que ir de nuevo a esa casa y tomar el celular de la señora Eleonora, tenía que saber quién era AD. No porque me interesara su vida, sino porque tenía que descubrirlo, se había convertido en un reto personal. ¿Chantajear a la señora Eleonora? No, ni pensarlo, es decir, podría hacerlo, a lo mejor me ganaba unos cuantos pesos, pero el sabor de los billetes no se compara con el de conocer la verdad. Estaba decidido, tenía que volver no había de otra.
Armado de valor, me devolví a la casa de mi amigo, tenía que inventar una excusa para poder entrar. Lo primero que se me ocurrió, fue decir que se me había quedado algo. Apenas la señora Eleonora me abrió le dije que no encontraba las llaves de mi garaje y que quería saber si las había dejado en la sala de su casa. Bien, primer problema resuelto, ella me dejó entrar a buscarlas. Una vez dentro, busqué con la mirada su celular, para mi sorpresa lo sostenía con su mano, apretado con sus uñas largas y perfectamente pintadas.
Necesitaba pensar rápido porque no iba a tener otra oportunidad. A mi derecha estaba situada una mesita baja de vidrio muy elaborada, en el centro de la misma estaba colocado un pesado jarrón marrón. Le pedí ayuda a la señora Eleonora para que me ayudara a moverla, así soltaría su celular. En efecto, ella dejó su celular en el mueble y luego desplazamos un poco la mesa. Se giró para agarrar su teléfono, pero afortunadamente sonó el teléfono fijo, ella me miró y le indique que fuera a contestar ya terminaría solo.
A paso lento, subió las escaleras corrí hasta el mueble y tomé su celular. Para mi suerte, tenía patrón de bloqueo, sin embargo, la señora Eleonora era una mujer sencilla por lo que sería fácil de descifrar. Intenté con el nombre de mi amigo y al instante se desbloqueó. Lo primero que hice fue buscar en el listado de contactos a AD, no tenía tiempo para escribir el número ni mucho menos para compartirlo, así que recordé un viejo truco que me enseñó mi papá: “Convierte los números en una canción, y así te los aprenderás rápido”, me decía. Y así fue como lo hice, para cuando la señora Eleonora bajó las escaleras, mal humorada, como era de esperarse, yo ya tenía el número en mi cabeza al mejor estilo de J Balvin.
Encontraste lo que buscabas, me preguntó. Mientras yo volvía a poner la mesa en su lugar. No, le respondí. Me echó de su casa al instante, una vez fuera salí corriendo como alma que lleva el diablo hacía el teléfono público más cercano. Marqué el celular que estaba sonando con ritmo en mi cabeza, esperando que al menos repicara. Tenía mucha ilusión de que así fuera, se fue a buzón. Intenté una vez más, “Roma no se construyó en un día y esta historia tenía que tener una justificación”. y me contestaron.
Reconocí la voz al instante, esa inconfundible voz ronca no podía ser de otra persona que no fuera la de mi padre. AD, era mi padre, ese cabrón celebró algún san Valentín con la señora Eleonora y de ese amor nació el petulante de mi amigo. Estaba en shock, no podía creerlo, mi padre solo decía: Aló, aló, alo. Finalmente colgué.
Mi corazón había experimentado un sinfín de emociones camino a casa. Desde rabia, enojo, ira, frustración hasta deseo de venganza y tristeza. Al llegar a la casa, me encaminé a mi habitación, no quise saludar ni hablar con nadie. Mi padre estaba en la cocina intentando arreglar la licuadora, el muy descarado, engañó a mi madre hace muchos años. Y tuvo el valor de ocultárselo a mi pobre y abnegada madre.
Escrito por C.J. Torres